Estudiantes y docentes de séptimo grado estuvieron a cargo del acto conmemorativo del Día del Veterano y Veterana, ex Combatientes y Caídos de las Islas Malvinas, el pasado viernes.
En el marco de los 40 años del conflicto del Atlántico Sur, ratificamos, como hace ya casi 200 años, el reclamo por ejercicio de la plena soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos correspondientes.
¿POR QUÉ LAS MALVINAS SON ARGENTINAS?
Desde hace casi dos siglos, Argentina reclama la recuperación de la soberanía en las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes. En 1833, Gran Bretaña invadió y ocupó las islas, expulsando a sus autoridades y a parte de su población, quebrando de este modo la integridad territorial argentina.
Se trató de una usurpación, ejercida por la fuerza y sin
argumentos jurídicos por parte del país europeo que llevaba adelante un proceso
de expansión territorial. Por su posición estratégica cerca de los dos océanos,
el archipiélago fue objeto de disputa de distintas potencias imperiales de la
época.
Desde esa usurpación, nuestro país realizó reclamos ante el
gobierno británico, solicitó arbitrajes internacionales y recurrió a los
organismos multilaterales que se conformaron en el siglo XX. A pesar de lo que
dictaminaron esos foros internacionales, al día de la fecha el Reino Unido no
ha brindado una respuesta al reclamo de soberanía.
Argumentos geográficos, históricos y jurídicos
· Desde un punto de vista histórico, la República Argentina reclama la soberanía porque dichas islas son territorio heredado de la Corona española y porque ejerció actos de soberanía tras la Revolución de Mayo y la Declaración de Independencia.
· Desde el punto de vista geográfico, la República Argentina reclama la soberanía porque las islas del Atlántico Sur forman parte de la plataforma continental argentina.
·
Y desde un punto de vista jurídico, porque
Argentina nunca dejó de reclamarlas, porque considera que la ocupación
británica constituye una violación de la integridad territorial argentina y
porque, en este marco, Naciones Unidas reconoce la existencia de un conflicto
de soberanía entre nuestro país y el Reino Unido, que insta a resolverlo
mediante la negociación entre ambos países.
El 2 de abril una fuerza conjunta argentina desembarcó en
las cercanías de Port Stanley, pronto rebautizado como Puerto Argentino, y
recuperó las islas luego de breves combates. Los responsables políticos de esta
decisión fueron
los dictadores Leopoldo Galtieri y el Jefe de la Armada,
Jorge Isaac Anaya, quienes pretendían forzar a los británicos para iniciar
negociaciones.
De hecho, durante abril, la actividad diplomática estuvo
relacionada con el conflicto bélico. Los países latinoamericanos apoyaron la
posición argentina, salvo excepciones, ya que en las votaciones de los organismos
internacionales se abstuvieron tres países: Chile, Colombia, y Trinidad y
Tobago. Estados Unidos se inclinó a favor de Gran Bretaña, a pesar de lo
esperado por la cúpula militar argentina, que imaginó que este país se
mantendría al margen como “agradecimiento” por la colaboración que la dictadura
argentina había prestado a la intervención norteamericana en América Central,
especialmente en Nicaragua.
El primer ataque británico fue el bombardeo aéreo a Puerto
Argentino el 1º de mayo, a días de recuperada su posición en las Islas
Georgias. Las mayores pérdidas marítimas fueron dos: el crucero argentino ARA
General Belgrano, hundido el 2 de mayo, que provocó la muerte de 323
tripulantes, y el crucero inglés Sheffield, hundido por la fuerza aérea
nacional, días más tarde. El 21 de mayo las tropas británicas desembarcaron al
noreste de la Isla Soledad. A partir de allí, la aviación nacional luchó
tenazmente contra la aviación y la flota británicas; mientras éstas cercaban
las posiciones terrestres, lo que empeoraba las condiciones de vida de los
soldados argentinos -a las que se sumaban la tensión de la espera por la
ofensiva y los bombardeos diarios. La derrota argentina comenzó con los duros
combates en Puerto Darwin del 27 y 28 de mayo, y los desplegados entre el 10 y
el 14 de junio en los cerros que rodean Puerto Argentino, que concluyeron con
la firma de la rendición definitiva por parte del gobernador militar Mario
Benjamín Menéndez.
Los soldados argentinos, en su condición de prisioneros de
guerra, permanecieron en las islas Malvinas unos días más (en el caso de
algunos oficiales y soldados, hasta julio), concentrados en el aeropuerto hasta
que fueron embarcados de regreso al continente; primero llegaron a los puertos
patagónicos y luego fueron devueltos a sus guarniciones y hogares. En muchos
casos en condiciones de semiclandestinidad, con la orden expresa de no hacer
declaraciones a la prensa y no contar lo que habían vivido a sus familiares, lo
que generó uno de los mayores traumas de la posguerra.
La guerra de Malvinas produjo la muerte de 649 argentinos
durante su desarrollo, y heridas a otros 1063. Murieron, asimismo, 255
británicos. Es importante recordar que más de la mitad de estos soldados que
integraron las filas del Ejército y la Marina lo hacían en condición de
conscriptos. La gran mayoría de ellos tenían entre 19 y 20 años y provenían de
distintas regiones del país.
En el contexto de la posguerra, los combatientes
protagonizaron destacadas «batallas» políticas y simbólicas por el
reconocimiento social. Por un lado, porque enfrentaron la política de
borramiento iniciada por la última dictadura militar y por otro, porque
debieron disputar su lugar social con una serie de discursos que los fijaba en
tres representaciones cerradas: como protagonistas no entrenados del evento
bélico; como el retrato del patriotismo de los argentinos; como víctimas del
autoritarismo del régimen. Ninguna de estas miradas coincidía del todo con sus
propias vivencias de la guerra y la posguerra, atravesadas por dilemas y
paradojas. Estas «batallas» por el reconocimiento social debieron ser libradas
en el mismo momento en que los ex soldados debían lidiar con los terribles
efectos postraumáticos de la guerra y en un contexto de escasa o nula respuesta
estatal y social a las demandas de trabajo, vivienda y salud. Aún cuando no hay
cifras oficiales al respecto, es un hecho conocido que durante los años de la
posguerra se suicidaron muchos sobrevivientes de la guerra.
Dentro de estas batallas por el reconocimiento social,
debemos mencionar también aquellas que hicieron posible visibilizar que las
mujeres también fueron protagonistas de la Guerra de Malvinas: como
instrumentistas quirúrgicas y enfermeras; como personal a bordo de aviones que
trasladaban heridos de las islas al continente; como oficiales o personal de
buques mercantes con tareas logísticas; o como parte de operaciones de
inteligencia. En 2012, la Resolución 1438 del Ministerio de Defensa reconoció
las actuaciones de varias de estas mujeres y las filió históricamente con
Manuela Pedraza y Juana Azurduy. Treinta años después del conflicto bélico, un
documento oficial comenzaba a mirar la guerra con otras lentes que empezaron a
desarmar los estereotipos de género.
A lo largo de toda la historia hombres y mujeres se enfrentaron en guerras para dirimir sus tensiones territoriales, económicas, sociales y políticas, cuyo balance inevitable siempre fue el dolor: pérdidas de millones de vidas, exterminios étnicos, religiosos y sociales, a veces de civilizaciones enteras, daños económicos y destrucciones irreparables, olvido de formas culturales y abandono de creencias, idiomas, costumbres, entre otros. Los conflictos bélicos violan los más mínimos Derechos Humanos y es por eso que las sociedades modernas tienden a resolver sus diferencias en el marco de las negociaciones diplomáticas. La transmisión de modelos pacíficos de resolución de problemas es fundamental para la construcción de naciones más justas, equitativas, libres y democráticas.